miércoles, 24 de marzo de 2010

LUCHAR PARA CONSEGUIR LAS COSAS


Una de las creencias que más nos ha marcado y condicionado a que nuestras relaciones se muevan desde el miedo, es la creencia de que hemos de luchar para ganarnos las cosas.

Los medios de comunicación nos bombardean continuamente con la historia de grandes emprendedores que consiguieron construir un gran imperio a base de luchar y esforzarse continuamente. Y tratan de vendernos ese modelo de vida, para que todos nos sometamos a esa lucha y sacrificio que es el motor de crecimiento del cáncer económico en el que vivimos.

Pero esa misma creencia, nos ha acompañado desde nuestra infancia, donde se nos ha hecho creer que para obtener las cosas hemos de merecérnoslas. Si esto lo pasamos al terreno del Amor, y lo analizamos detenidamente podemos darnos cuenta del daño que hace esa creencia en la autoestima de todas las personas.

Nos educan haciéndonos creer que no somos merecedores de Amor, simplemente por Ser. Reforzándo así la angustia que produce en nosotros habernos olvidado de ese Amor infinito del que somos totalidad y parte. Y entonces ese Amor que nos encontramos en la vida deja de ser el amor divino incondicional que nuestras Almas anhelan, por un Amor condicionado al esfuerzo que hemos hecho por conseguirlo, que es la droga con la que nuestro Ego se recrea.

La búsqueda de ese Amor condicionado, aunque pueda reportarnos momentos de placer, cuando obtenemos el premio a nuestro esfuerzo; en el fondo es una travesía en la que nos sumergimos constantemente en las amargas aguas del sufrimiento, y del miedo a que nuestros esfuerzos no sean suficientes para ganar ese Amor deseado. Y en la que nuestro Ego disfruta castigándose así mismo, dirigiéndose hacia personas y situaciones que le recuerdan constantemente que no es digno de ser amado. Consiguiendo mediante esa falsa estrategia hacia el Amor, reforzarse así mismo, al conectar frecuentemente con el sentimiento de separatividad y soledad, cuando no encuentra en el exterior ese Amor que tanto anhela.

El Ego se mueve desde el miedo en esa búsqueda del Amor, y se dirige a esas situaciones en las que se ve rechazado, porque así se recuerda su falsa existencia y al mismo tiempo evita a lo que más miedo le tiene: desintegrarse y desaparecer en medio de la ola de Amor que se crea cuando dos seres se funden desde lo más profundo de sus corazones en un acto de entrega despersonalizada e incondicional.

Nuestro Ego por otra parte, se lanza a esa búsqueda de lo imposible, rechazando lo fácil como si fuera algo que no tiene valor. Pues tiene la nociva idea de que si no hemos tenido que luchar por algo, es que eso no es valioso.

Esa lucha constante, impide que se alcance la Paz interior necesaria, en la que le verdadero Amor libre de apegos y no condicionado puede florecer. Convirtiéndose así en una lucha infructuosa, que nos acaba desgastando sin saciar nuestros anhelos más profundos, pues nosotros mismos nos encargamos de boicoteárnoslos cuando los conseguimos. Nos hacemos adictos a la lucha por conseguir las cosas, y cuando las obtenemos las rechazamos para seguir luchando por ellas. Pues las pasiones que se despiertan ante lo inalcanzable, son una droga poderosa que no hay dosificación que apacigüe su reclamo.

Esta creencia de que hemos de luchar para conseguir las cosas, al mismo tiempo nos desempodera haciéndonos creer que no nos merecemos el hecho de ser amados simplemente por lo que somos. Con lo cual cuando alguien nos entrega su Amor de manera abierta y plena, cuando obtenemos fácilmente ese Amor, no podemos tomarlo, al no resonar con nuestras locas ideas que tenemos respecto al Amor, ni con las heridas que la búsqueda infructuosa del Amor nos ha generado en el pasado. Heridas que no cicatrizan nunca, al ser las que nos dirigen desde nuestro inconsciente, a relaciones malsanas que las vuelven a abrir. Y con las que el Ego se recrea con las ilusiones dolorosas que lo refuerzan.

Sobre el Amor y el Miedo




Si tratáramos de reducir toda la gama harmónica de emociones que experimentamos en la vida a dos, sin duda alguna nos tendríamos que quedar con esas dos palabras aparentemente opuestas: el Amor y el Miedo.

Palabras que aun que para la mayoría de la sociedad son totalmente contrarias, en el fondo son confundidas la una con la otra la mayoría de las veces. Debido a que gran parte de nuestros comportamientos con las personas que nos rodean, en el fondo se generan más desde el miedo, que desde ese objeto tan anhelado y difícil de encontrar que es el Amor verdadero. Aunque interiormente no nos faltan excusas para autoengañarnos y convencernos de todo lo contrario.

Situaciones como cuando una madre sobreprotege a un hijo por ejemplo, o cuando un amante acompaña a todas partes a su amada, corresponden más al miedo y la desconfianza que al Amor, por mucho que a gran parte de la sociedad esté narcotizada con la idea contraria.

Esta situación de confusión entre el Amor y el Miedo, es producto de la sociedad individualista en la que vivimos. Que no es más que un reflejo de la parte egoica de la mayoría de la humanidad, la cual desde la ignorancia del ser divino que somos en el fondo, trata de tapar los miedos generados por ese olvido de sí.

Un miedo que se le despierta al sentir, la soledad de su existencia; y que trata de apaciguar a través de adquirir control sobre la vida y las demás personas que le rodean. Y para establecer ese poder sobre los demás, usa el mismo miedo del que se nutren sus pautas de comportamiento, como un método alineador y separador.

Alineándonos mediante el miedo, consiguen que adoptemos colectivamente las medidas que nos quieren imponer, a través de asustarnos con lo que pasaría si no lo hiciéramos (como trataron de hacer infructuosamente con la supuesta pandemia de la Gripe A). O como en la antigüedad hacía la Iglesia y otras religiones monoteístas, asustando con el infierno o el castigo de sus dioses, a todo aquel que no aceptara sus dogmas. Y separándonos, a través de una sociedad enfocada más en lo que nos diferencia (raza, cultura, etc..) que en lo que une a todos los seres humanos. Para provocarnos así miedo a los demás, y establecer así la estrategia de “Divide y vencerás”. Pues este sistema egoico e individualista, se basa en la competición, y en la dominación de los que ostentan el poder, sobre los que están por debajo.


Las relaciones basadas en el miedo.

Como no podía ser de otra manera, estos factores que son la causa del sufrimiento y de las mayores injusticias que vivimos en el día a día, en el fondo también se ven reflejados en nuestras relaciones de pareja, y en la mayoría de ellas es la base que las sustenta. Por mucho que tratemos de sazonarlas con grandes dosis de romanticismo.

El enamoramiento basado en el apego, la dependencia, el sin vivir por el otro, que tanto nos han vendido en las películas románticas, tiene más de adicción y miedo que de otra cosa.

Las causas de esto son varias, por una parte ese contexto cultural y social basado en el miedo y la competencia en el que hemos sido educados. Que hace que gran parte de las relaciones hoy en día se hagan más desde el competir que desde el compartir, usando la manipulación y el engaño para poder sacar más beneficios de esta unión que la parte contraria.

En esas relaciones se acostumbra a buscar más la comodidad y la seguridad, para aliviar nuestro miedo a la soledad, que tratar de compartir y de entregarse plenamente a la otra persona. Buscando más lo que es bueno para nosotros, que aportar bienestar a la otra persona desinteresadamente.