¿Existe el destino como algo determinado de lo que no
podemos escapar, por mucho que queramos? O por el contrario existe el libre
albedrío, y en cualquier momento podemos ser cocreadores, de cualquiera de la
infinitas realidades posibles.
Estas dos posibilidades conviven como lo relativo y lo
absoluto, y el hecho de que experimentemos la vida de un modo u otro, está
condicionado por nuestro nivel de conciencia.
Cuando estamos en el nivel de lo relativo, de lo
concreto, propio de la dualidad que hay
en la tercera dimensión; estamos condenados a atraer a nuestro presente todo
aquello que nos impide estar en ese estado de neutralidad y no juicio, que nos
hace ser uno con el Tao.
Como dice la sabiduría hindú, todo rajas tiene su tamas,
todo deseo condicionado, atrae la realidad que le complementa, pues es en ese
estado de reencuentro de los opuestos, donde se puede retornar al punto de
equilibrio. Lo que en la tercera
dimensión ese reencuentro necesariamente genera sufrimiento, pues la mente
sigue juzgando entre lo que es bueno y lo que es malo, lo que desea y lo que no
desea; y el tener que vivir lo que uno
no desea genera sufrimiento. Y a veces
todo y eso, las personas se entregan a ello, para huir de un sufrimiento aún
mayor, el que genera la culpa, por ser incapaces de aceptar aquello que la vida
nos pone delante. Como si no fuéramos lo suficientemente buenos y agradecidos,
para compensar a la vida, por todo lo que nos da.
En esa dimensión de lo relativo y lo limitado, somos
esclavos de los condicionamientos de nuestra memoria transgeneracional. Estamos
condenados a repetir y revivir todo lo que nuestros ancestros fueron incapaces
de amar y aceptar como parte de las experiencias necesarias, para evolucionar
como partículas de conciencia que van al reencuentro con lo absoluto.
Ese karma o destino, nos lleva a repetir situaciones,
experiencias , accidentes, muertes, enfermedades y relaciones, en las que se
despiertan aspectos de la conciencia transgeneracional a la que pertenecemos,
que estaban ocultos en la sombra y no habían sido integrados y aceptados, para
que así el Alma colectiva al recuperar todas sus partes, pudiera entrar a
formar parte de una nueva dimensión de la realidad más amplia, más cercana a la
conciencia absoluta que somos.
En la cuarta dimensión, surge la conciencia del amor que es
más integradora y unificadora que la de la mente propia de la tercera
dimensión. El amor fruto del encuentro entre lo Masculino y lo Femenino, el
Padre y la Madre, la mente y la materia, el vacío y la forma, el cielo y la
tierra. Ese amor que se genera en el corazón de la estrella tetraédrica, donde
uno de sus triangulos es la triple personalidad de la mente concreta y el otro
simboliza la triada espiritual (atman, budhi y manas) de la consciencia
transpersonal. Esa cuarta dimensión corresponde a tener la conciencia
mayoritariamente en nuestro chakra corazón. Donde desarrollamos el amor
incondicional, y entonces podemos abrazar sin sufrimiento, lo que la vida nos
lleva a la conciencia. Aun estamos anclados en los efectos del karma o destino,
pero podemos afrontarlo desde un estado de no sufrimiento al desarrollar el
amor incondicional.
Cuando hemos realizado ese abrazo amoroso no condicionado de
la cuarta dimensión, podemos seguir nuestra evolución y acceder a la quinta
dimensión. La dimensión del cuerpo sutil, donde la dualidad en el mundo de la
forma desaparece definitivamente, y nos damos cuenta de la unión que se crea
entre cada uno de los contextos y dimensiones del mundo de la forma. Esa visión
más amplia de la realidad, nos ayuda a vernos como algo más que un ser
limitado, accedemos a la visión transpersonal y nos damos cuenta de que somos parte de una conciencia global.
Desde ese nivel de discernimiento más elevado, gracias a una
visión más amplia de la realidad, llegamos a entender los programas transgeneracionales que
se proyectan sobre nuestra realidad para ser sanados y transformados, y podemos
dejar de ser esclavos de ese destino condicionado.
La correcta visión del Mundo, nos lleva a desarrollar el
perdón, la aceptación plena de todo lo experimentado, como pasos necesarios en
nuestro reencuentro de lo absoluto. Ya
no juzgamos a las personas que aun vibran en la 3 dimensión, porque somos
conscientes que sus actos y su forma de pensar, no son fruto de su libre
albedrío sino de condicionamientos transgeneracionales, que les hacen repetir
inconscientemente una y otra vez el mismo
destino kármico.
Desde ese estado de conciencia, en el que somos capaces de
observar la repetición de los programas transgeneracionales del Alma colectiva
a la que pertenecemos, y perdonar todo lo vivido por nosotros y nuestros
ancestros, dejamos de ser esclavos del destino.
Como la física cuántica nos recuerda, el observador modifica
lo observado. Pero lo que hace que el observador pueda aparentemente cambiar la
realidad observada, es el punto de vista desde el que observa. Pues en una
realidad multidimensional, lo relativo y lo absoluto van a estar siempre
conviviendo. Aunque solo seamos capaces de ser conscientes de los efectos que
nos provoca el punto de vista dimensional, desde el que estamos tomando
conciencia de la realidad. Si nos enfocamos en la tercera dimensión, nos
enfrentaremos una vez más a la rueda del samsara que nos repite el karma, en
cambio si nos enfocamos en la quinta dimensión, nuestra toma de conciencia
glogal y el conservar la resonancia armónica con el Tao, nos liberará de la
rueda del sufrimiento.
Solo el amor y una verdadera toma de conciencia de la
realidad transpersonal ,en la que formamos parte; nos puede permitir vivir desde el no juicio y la aceptación
plena de todo lo que nos rodea.
Desde ese estado de neutralidad, el poder totipotencial del
Tao, fluye sin limites, y no hay ningún destino inamovible del que no podamos
escapar. Es más ya no es necesario vivir en el mundo de la forma, esas viejas
relaciones, situaciones, experiencias, etc… Por que sabemos que nuestros
ancestros ya pasaron por ellas, y el hecho de perdonarlas y llevarlas a la
neutralidad, nos permite acceder a una nueva dimensión de la realidad, en la
que establecer relaciones más sanas, en resonancia con el amor incondicional
que hemos desarrollado en la cuarta dimensión.
Cuando hemos desarrollado ese nivel de conciencia, en el que
recordamos plenamente la unión que hay entre todos los seres, deja de tener
sentido el sufrimiento. Pues ya no hace
falta experimentar lo que es el sufrimiento, y recordar que todos los seres
sufren, para que miremos que nuestras
acciones no produzcan sufrimiento en el Mundo.
El recuerdo del lazo amoroso que nos une a todos los seres, nos hace
buscar el bien común, no por huir del
sufrimiento propio o del ajeno, sino porque tenemos plena conciencia de que
nuestra felicidad y la del otro son una misma felicidad. Y que todo lo
aparentemente externo, es un reflejo de la Unidad a la que todos pertenecemos.
Namaste Vida, y gracias por todo lo que me enseñas…